Biblioteca Ucab. Foto: Cortesía |
Un popurrí de Luis y Legna
Di un paso y el pasillo de la Biblioteca Universidad Católica Andrés Bello (Ucab) se derritió, fue irreal verla venir hacia mí entre mis manos. Matisse abandonó mi tez e inocuo, incoloro, pálido, quise detenerme. No lo hice cuando pude y así llegó la inspiración—Buenos días. Gracias por permitirme leerte.
— Bonjour Monsieur Courbet. —fue lo primero que me dijo—.
“Sabe francés”, pensé. “Debe ser una obra de arte”, la idealicé.
Me ruborizó con su verbo. La leí entera y mi sangre se hizo acuarela al instante, los colores subieron a mi rostro para proponer en mis mejillas un cuadro al más puro estilo de Kandinsky.
Me ruborizó con su verbo. La leí entera y mi sangre se hizo acuarela al instante, los colores subieron a mi rostro para proponer en mis mejillas un cuadro al más puro estilo de Kandinsky.
A destiempo
Años después nos cruzamos en el pasillo de la biblioteca. Giré sobre mis pies para verte, preferí contemplarte como a un retrato impresionista, a lo lejos. Te vi y tomé mi distancia para apreciar la yuxtapiosición de tus gestos estáticos. Te seguí de arriba abajo con la mirada. A dos metros la longitud de tu cuerpo cobró forma y figuración; la geografía de tu espalda había quedado en mi mente. Avancé y te tomé con mis manos.
Años después nos cruzamos en el pasillo de la biblioteca. Giré sobre mis pies para verte, preferí contemplarte como a un retrato impresionista, a lo lejos. Te vi y tomé mi distancia para apreciar la yuxtapiosición de tus gestos estáticos. Te seguí de arriba abajo con la mirada. A dos metros la longitud de tu cuerpo cobró forma y figuración; la geografía de tu espalda había quedado en mi mente. Avancé y te tomé con mis manos.
—Aún me seduces como un fauvista es seducido por los colores, todavía pintas con tu cromatismo todos mis espacios al más puro estilo de Miró.
—Qué poco profesional te has vuelto Monsieur Courbet.
Por mis venas corrió fresco, mi sangre se coaguló lentamente como yeso a medio fraguar. Hipnotizado decidí ser parte de la obra, interactuar con ella cual penetrable de Soto. En silencio caminamos a la sala de estudio más próxima.
“Quiero tenerte... darte placer con mi lengua. ¡Ah!, ¡yo sé, yo lo sé!, quieres que te desnude entre letras, hasta los cimientos. ¿Te gusta?”, no sé quién de los dos lo pensó, quizás ambos. Nos besamos los verbos.
***
Y se lo conté a Legna o a Rosnel, ya no recuerdo, y en mi mente el desorden:
Foto cortesía http://emedemucha.blogspot.com/2009_09_01_archive.html |
Así… así pasaron los días… y, así… hasta pasaron las noches, muchas... o eso creo, ¿Serían pocas? No sé... una vez tomé whiskey... y ron, recuerdo un ron, era cacique… ¡Vino! ¿Cómo olvidar el vino? ¡¡EL CHOCOLATE!!, me encantaba leerla con chocolate.
—Tigre ¿estás aquí? estás alienado por su verbo. Sí, es enigmática pero no como para que te pierdas en los puntos suspensivos de sus silencios.
En una oportunidad me dijo algo que dejó mi franela roja tirada en el suelo— seguía en mi perorata mental—, hasta eso se llevó; mi identidad política.
Así pasaron las horas días, días, meses ¿Años?, ya no recuerdo, lo olvidé. Pasaron las lágrimas, las rabias, las ilusiones, los deseos, algunos anhelos, los amores y otros argumentos.
“¿Ah? ¿Quieres? Dime cuándo ¿Esta misma tarde, de 4 a 6 antes de irme con otro?”, sí, así de seguro pensaba ella.
La odié desde el principio por lo complicado de su verbo, pero eso no evitó que la leyera y que me enamorara de ella y de su delirio poético. Desde ese día subo física o mentalmente todos los días al tercer piso de la Biblioteca de la Ucab a leer La Poética del Espacio por Gaston Bachelard. Cota: AAA1743 - B2430.B32P64.BFC, material de reserva. Total de ejemplares: 1.
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